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Este antiguo oficial de las Waffen-SS no se escondió ni fue perseguido después de la guerra, sino que llevó una vida tranquila como jefe de personal de una fábrica de vidrio y juez honorario de un tribunal para casos industriales. Y habría terminado sus días como un anciano jubilado, sin rendir cuentas por su particular desempeño en la guerra con solo guardar silencio como lo había hecho durante décadas. Hasta que un día decidió hablar, indignado con los negacionistas de su propio país
“Créanme, yo vi las cámaras de gas, vi los crematorios, vi los fogones. Yo estaba en la rampa cuando tuvieron lugar las selecciones. Quisiera que me creyeran, estas atrocidades sucedieron, yo estuve allí”, dijo y sus palabras fueron impresas.
Esa declaración y otras posteriores le valieron amenazas de muerte por parte de grupos negacionistas y neonazis, y también la apertura de un proceso legal en el cual terminó condenado.
Como Adolf Eichmann – el siniestro ejecutor de escritorio de la “solución final” -, Groening nunca mató a nadie con sus propias manos. Jamás golpeó a un prisionero, ni obligó a nadie a entrar en una cámara de gas, no le disparó a nadie en la nuca para ejecutarlo ni lo enterró en una fosa común. Ni siquiera ordenó nada de eso. Simplemente se dedicó a contar el dinero y a clasificar las pertenencias de los prisioneros del campo mientras veía y aprobaba esas atrocidades. Por esa razón siempre se consideró inocente.
Groening tenía 18 años cuando Hitler invadió Polonia y eso lo alegró. Provenía de una familia nacionalista, con un padre que nunca se recuperó de la humillación que le había causado la derrota de Alemania en la Primera Guerra.
Para entonces, el hijo Oskar formaba parte de las Juventudes Hitlerianas, luego de haber integrado desde chico la organización juvenil Stahlhelm. Creía, como su padre, que los nazis “eran las personas que querían lo mejor para Alemania y que harían algo al respecto”.
Su primera experiencia fue una quema de libros escritos por judíos y autores extranjeros o disidentes que se oponían a las ideas del Tercer Reich.
Cuando estalló la guerra trabajaba en un banco, pero de inmediato se alistó en las Waffen-SS. Pensó que lo enviarían al frente, pero su experiencia de escritorio hizo que lo destinaran al área administrativa. Pasó dos años haciendo trabajos de oficina en Berlín.
Su situación cambió cuando se decidió poner a hacer esas tareas a los heridos que volvían del frente. Corría 1942 y Oskar Groening fue enviado a Auschwitz, en Polonia.
En el mayor campo de concentración polaco fue enviado a las oficinas. Por sus conocimientos bancarios le dieron una tarea específica: contar el dinero que se les sacaba a los prisioneros para luego enviarlo a Berlín – y clasificar sus pertenencias para separar los objetos que podían venderse y ser convertidos en efectivo.
El trabajo contable y las recorridas por los galpones donde se acumulaban valijas, carteras, joyas y ropas no le impidieron ver lo que sucedía a su alrededor. Años después contaría que vio entrar a los prisioneros en las cámaras de gas, ejecuciones por fusilamiento y hasta el asesinato a los golpes de un bebé que una madre pretendía ocultar para que no lo mataran.
Desde su perspectiva burocrática, sugirió ordenar mejor las cosas a los jefes del campo:“Si el exterminio de los judíos es necesario, entonces, por lo menos, debe ser realizada dentro de cierto marco”, llegó a decir.
La guerra seguía su curso y Groening cumplía a conciencia con su trabajo. Pero algo lo molestaba, sentía la necesidad de pelear. Pidió reiteradas veces que lo enviaran al frente y finalmente se lo concedieron en 1944.
Lo destinaron a la unidad de la SS que peleaba en Ardenas. Fue herido y enviado al hospital de campaña. Allí estaba cuando finalmente se rindieron a los británicos el 10 de junio de 1945.
Lo enviaron a Inglaterra a hacer trabajos forzados en las Midlands primero y en Escocia después, hasta que fue repatriado a Alemania en 1947. No la pasó mal y regresó con dinero en los bolsillos.
Una sola vez, su esposa le preguntó qué había pasado en Auschwitz.
Mujer, hazme un favor, no preguntes le respondió.
Su pasado en las SS le impidió recuperar el trabajo en el banco, pero consiguió empleo el Luenenberg, en la Baja Sajonia, como empleado administrativo en una fábrica de vidrio. Una vez más, su experiencia contable y su mentalidad ordenada le permitieron ascender rápidamente. A los pocos años lo nombraron jefe de personal. Y más tarde lo convocaron para participar en carácter de “juez honorario” en el tribunal especializado en casos industriales.
Fuera de la oficina se mostraba como un hombre de clase media, sociable, de conversación tranquila, apegado a la familia y apasionado por su único hobby, coleccionar estampillas. Nunca hablaba de la guerra, tampoco del Holocausto.
Así transcurrieron más de cuarenta años.
El momento en que “el contador de Auschwitz” aunque todavía nadie lo había llamado así decidió romper el silencio puede ubicarse con precisión. Fue durante una discusión en el Club de Filatelia, cuando uno de los coleccionistas se quejó de que el negacionismo fuera considerado un delito en Alemania.
Sé un poco más sobre eso, lo deberíamos discutir en algún momento lo interrumpió Groening.
Su interlocutor, neonazi confeso, le dio entonces un panfleto del negador del Holocausto Thies Christophersen para que lo leyera y luego lo discutieran.
Días después, Groening se lo devolvió con un comentario escrito de puño y letra: “Yo vi todo, las cámaras de gas, las cremaciones, el proceso de selección. Un millón y medio de judíos fueron asesinados en Auschwitz. Yo estuve allí”, decía.
El episodio y el comentario de Groening fueron publicados en una revista neonazi, donde se lo descalificaba. Después de eso, el antiguo oficial de las SS empezó a recibir cartas y llamados intimidatorios, para que se callara la boca.
Hizo todo lo contrario. En lugar de volver a encerrarse en el silencio, empezó a hablar públicamente del tema, denunciando a los negacionistas.
También escribió unas memorias de 87 páginas para su familia sobre su pasado en las SS y en Auschwitz.
Sus declaraciones llamaron la atención de los medios. Concedió entrevistas a diarios y revistas alemanas e, incluso, se prestó a un reportaje televisivo para la BBC de Londres.
Las confesiones del contador
En las entrevistas, “el contador de Auschwitz” como ahora sí se lo empezaba a llamar hizo relatos de alto impacto:
“Una noche, hacia fines de 1942, se escaparon unos judíos del campo y nos ordenaron tomar nuestras pistolas y sumarnos a la búsqueda. Cuando llegamos a una granja en el bosque vimos que las SS había atrapado a seis o siete hombres y los habían ejecutado. Y también a un oficial de las SS se puso una máscara de gas y vació una lata de Zyklon B por una escotilla en la pared de la cabaña. Escuchamos gritos desde adentro… y después silencio”, contó.
“Había un bebe llorando. El niño estaba tendido en la rampa, envuelto en harapos. Una madre lo había dejado atrás, tal vez porque sabía que las mujeres con niños eran enviadas a las cámaras de gas de inmediato. Vi a otro soldado de las SS agarrar al bebe por las piernas. El llanto lo había molestado. Golpeó la cabeza del bebe contra el lado de hierro de un camión hasta que se quedó en silencio”, relató en otra entrevista.
“Vi una gran fosa donde se quemaban cadáveres y un kapo me contó como los cuerpos se movían mientras eran quemados por los gases que contenían”, describió también.
Y a todos los periodistas les decía la misma frase, contundente:
“Créanme, yo vi las cámaras de gas, vi los crematorios, vi los fogones. Yo estaba en la rampa cuando tuvieron lugar las selecciones. Quisiera que me creyeran, estas atrocidades sucedieron, yo estuve allí”.
En el documental de la BBC dio una explicación para las atrocidades:
“Estábamos convencidos de nuestra visión del mundo de que habíamos sido traicionados… y que había una gran conspiración de los judíos contra nosotros”, dijo.
Lo que Groening no imaginó al desatar su guerra contra los negacionistas del Holocauso fue que también se estaba autoincriminando.
“Moralmente culpable, legalmente inocente”
Oskar Groening fue procesado y sometido a juicio. Las audiencias empezaron 2l 21 de abril de 2015 y se prolongaron durante casi dos meses. En el tribunal, “el contador de Auschwitz” repitió todas las afirmaciones que había hecho a los medios.
Sostuvo también que si bien era “moralmente culpable” era “legalmente inocente”, porque jamás había matado a nadie y tampoco había ordenado hacerlo.